“Mi alimento es hacer
la voluntad del que me ha enviado
y llevar a cabo su
obra…, pues el Padre que me ha enviado
está conmigo: no me ha
dejado sola”
(Jn 4, 34: Jn 8,29)
Hablar de
vocación, sin duda alguna es hablar de proyecto de Dios para cada una de las
personas, es hablar de aquello que Dios sueña para cada uno de nosotros. Por
ello narrar la experiencia vocacional es difícil, pues a veces expresar con
palabras las vivencias del corazón producidas en el día a día del encuentro con
el Dios de la vida, puede dejar muy reducida la auténtica realidad de la experiencia
y de la propia vocación.
Mi
historia vocacional, al igual que la de la inmensa mayoría de las personas, es
una historia muy sencilla, pero a la vez grandiosa, y no porque sea
espectacular, sino por lo de impresionante que tiene, que todo un Dios, se
pueda fijar en mi con nombre y apellidos, y poner tanto “empeño” en un ser tan
pobre y limitado como el mío.
Nací
en Herencia (Ciudad Real), un pueblecito de la llanura manchega, en un caluroso
mes de agosto del año 1970, en un entorno familiar humilde, sencillo y lleno de
valores que me ayudaron a crecer y a madurar de una forma muy sana en todos los
aspectos de mi persona. De este entorno, sobre todo de mi madre y abuela materna,
recibí la base fundamental de una fe que aún era incipiente, pero que con el
tiempo se convirtió en algo precioso que me guió por los caminos del encuentro
con el Señor.
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