Trinidad Leon | 15 de febrero de 2013 11:46 |
Como
camino hacia la Pascua, la Cuaresma es el itinerario en el que nos
despojamos de todos los ídolos que aparecen en nuestro horizonte,
limitándonos la libertad y arrebatándonos la dignidad de sabernos, ser y
actuar como verdaderos hijos e hijas de Dios. De nuevo nos encontramos
ante la alternativa que inunda nuestro mundo (interior y exterior): ser
libres, o vivir sometidos/as a la tentación de la idolatría, camuflada
esta de todo tipo de degeneración en el ejercicio del poder, en las
relaciones humanas, que bien podrían llamarse inhumanas, y de
explotación inmisericorde de todo lo creado. No se trata solo de creer o
no en un Dios único (que incluso en esa opción agnóstica u atea cabe
mucho de honestidad personal), sino en el deseo empecinado de
convertirnos en dioses y de convertir en ídolos cualquier realidad que
podamos manejar a nuestra voluntad. Siento que, en verdad, solo el
hombre y la mujer libres, libres incluso de las falacias religiosas,
pueden llegar a confesar el Señorío de Dios en sus vidas, sin necesidad
de grandes ofrendas y holocaustos ostentosos y, con frecuencia,
hipócritas. Cuando hay armonía entre lo que dicen las palabras y lo que
se vive desde de corazón, la persona es integra, justa; y se la conoce
de lejos... tiene libertad para actuar y fuerza para afrontar toda
situación de desierto y toda tentación. Jesús de Nazaret pasó por esto y
nos mostró el camino. Que seamos capaces de seguirlo es otra cosa... El
Espíritu está de por medio, claro, es el que impulsa a vivir en esas
claves de adoración "con la boca y con el corazón
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