Nos encontramos en la tercera parte
del tiempo de adviento y a éste tercer domingo de Adviento se le denomina el domingo
de la alegría. La espera propia de este tiempo nace de la fe y la certeza de
que quien viene ( El Señor) trae una buena noticia, trae con El su salario como nos dice el salmo. La primera
lectura del profeta Isaías hace una descripción de la razón principal por la que un
creyente y de una manera especial todo creyente que vive en una condición dramática, puede tener razones para alegrarse. El profeta, el enviado, el ungido, por la fuerza del
Espíritu Santo tiene poder para cambiar la realidad de todo ser humano. El
ungido de Iahvé, Jesús, trae una buena noticia a los que sufren, viene para
vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y
a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Todo
hombre y toda mujer puede encontrar en este anuncio una razón para esperar,
para vivir y para ser feliz. Porque Dios no se olvida del pobre, ha enviado a
su ungido, y nos trae la mejor noticia, la verdadera libertad de los hijos de
Dios.
San Pablo en su carta también nos
recuerda que una condición del cristiano es la alegría, porque tenemos el mejor
regalo al que se puede aspirar, el cumplimiento de la promesa de Dios en
Jesucristo. Sin embargo, también nos recuerda San Pablo, que la alegría
verdadera es posible cuando mantenemos nuestro corazón unido al de Dios Padre,
en Cristo Jesús, por medio de su Espíritu. La oración, la alabanza, la acción
de gracias y la fidelidad a Dios, son la garantía para experimentar la paz que
viene de Dios. El Espíritu nos provee de la gracia necesaria para mantener
nuestra mente y nuestro corazón en comunión activa y alerta en aquel que es fiel
por mil generaciones.
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