sábado, 4 de mayo de 2013

VI Domingo de Pascua


Trinidad León, m. c.


Somos la morada de Dios en medio del mundo 

Los cambios no son fáciles, sobre todo, si exigen dejar atrás costumbres enraizadas en una sociedad profunda y gravemente envejecida en el espíritu, acostumbrada a interpretar la Ley de Dios de acuerdo a sus intereses. Jesús ofrece algo mucho más hondo y humanizador: junto al amor que nos hace Morada de Dios, su paz y ¡su Espíritu!

Textos: Hechos 15,1-2.22-29; Salmo 66; 
Apocalipsis 21,10-14.22-23;
Juan 14, 23-29

Abandonar prácticas antiguas, enraizadas en el corazón y en la mentalidad del pueblo judío, como la circuncisión, resultaba algo insufrible para algunos miembros de la Sinagoga introducidos en la Iglesia, quizás sin demasiada convicción. Esa dificultad lleva a los discípulos de la ciudad de Antioquía a pedir ayuda, y buscar el conceso con los apóstoles del Maestro que aún permanecían en Jerusalén. El acuerdo no fue fácil y, en lo que algunos/as expertos/as en la materia consideran el primer concilio de la Iglesia, hubo que discutir con fuerza y ceder mucho por ambas partes: de los que se aferraban a las leyes y costumbres antiguas y de los que progresaban al ritmo que les impone el Espíritu en su tarea evangelizadora universal. Al final el acuerdo llegó: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…”. Las normas a cumplir pueden reducirse a dos: no consentir ni practicar la idolatría y no mancillar el cuerpo, que es templo del Espíritu. Comienza así la nueva andadura de la Iglesia, en la que la ley del amor será referente primordial, el único signo que identificará a los miembros del nuevo Pueblo de Dios.
Las doce tribus de Israel se convierten en el número simbólico que permite reconocer lo antiguo en lo nuevo. No podría ser de otra manera; la historia se fundamenta siempre en la experiencia vivida y, tanto en el pueblo de Israel como en la Iglesia, esa experiencia es salvadora: Dios que hace salvación en medio del pueblo. Pero, hay una diferencia significativa: “Templo no vi ninguno, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero”. La Iglesia es la Nueva Morada de Dios, y cada uno de sus miembros lo somos. Al menos, deseamos serlo…
Las palabras que consideramos el “testamento” de Jesús, contienen todo lo que los discípulos/as deben conocer, vivir y ser: el amor. Un amor que tiene como fundamento el amor que Dios nos tiene en su Hijo, y la permanencia en él. La escucha de la Palabra y ponerla en práctica relacional y gestualmente, es, como en la Alianza sellada con Israel, el signo de identidad de los miembros de la nueva Comunidad centrada en Jesucristo y sostenida por su Fuerza: “El paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Escuchar, conocer, amar, permanecer, son verbos activos que dan sentido y contenido a nuestra fe. Las relaciones humanas están necesitando de estas acciones divinas, vividas por hombres y mujeres fuertes de espíritu y capaces de afrontar incluso la persecución (y hay muchos miembros de la Iglesia perseguidos en el mundo. Hoy). Vivir en clave de acción redentora engendra paz, la paz que Jesús ofrece y que se vive en comunión con él: “mi paz os doy; no como os la da el mundo…”. Seamos portadoras/es del amor y de la paz divina… ¡El mundo lo notará!